La vida nos vuelve a situar en lugares en los que ya hemos estado en el pasado. Sí, la vida es así de caprichosa. Sin esperarlo o, quizás, sin desearlo, te ves, de nuevo, en un lugar ya conocido. Te detienes a observar e intentas encontrar las diferencias de lo que estás contemplando, con el recuerdo almacenado en tu cabeza. Hay diferencias, claro que las hay. Nada se mantiene igual de forma sempiterna, ni el espacio, ni tampoco tú. Es entonces cuando comparas a la persona que eras con la que eres en este instante. Quizás das gracias o, a lo mejor, te entra la nostalgia al recordar aquello que fue y ya no es. Sea como sea, te abrazas, te abrazas fuerte, y te dices que lo único constante que hay en la vida es el cambio y que, estás orgullosa de ti, de la persona en la que te has convertido.
Las experiencias nos moldean, evolucionamos a través de ellas y de los lugares, que, como los olores o la música, tienen la capacidad de hacernos viajar en el tiempo, despertándose en nosotros cada uno de los momentos que hemos vivido ya.
¿Es mágico verdad? Es como reencontrarte contigo misma, con una versión anterior a la actual, teniendo la oportunidad de abrazarla y decirle que todo, absolutamente todo, está bien.
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