Sentada en un banco de mi parque favorito, me encontraba sumergida en la lectura de la novela titulada “La abadía de Northanger” de Jane Austen. Mientras Catherine, la protagonista, descubría un pergamino dentro de un cofre, ubicado en un extremo de su habitación de invitada en la abadía de Northanger oí, de fondo, la voz de un niño pequeño, de unos 6 años, quien me desconcentró de mi lectura. "¿Mamá por qué el cielo es azul?", preguntaba el pequeño a su madre. La mujer lo miró, se quedó callada un instante, mientras sopesaba que respuesta darle, y le contestó “porque sí”. El niño se quedó callado y frunció el ceño, demostrando estupefacción y descontento ante la respuesta tan vacía de su madre. Miró hacia el suelo y encontró una hoja caída de un árbol, que cogió con sus manitas pequeñas, y volvió a preguntar: ¿Mamá, y las hojas porque son marrones? La mujer volvió a quedarse callada, pero, esta vez, su expresión mostraba un sentimiento de impaciencia y descontento, contestándole, finalmente, “Rubén, las cosas son como son, no le des más vueltas, ¿vale?”.
Sentí pena por el pequeño Rubén, sus dudas, para él, en ese momento, existenciales, no quedaban resueltas, intensificándose en él el sentimiento de incertidumbre y desconocimiento. Pensé que quizá sin saberlo, o incluso sin proponérselo, la madre estaba matando poco a poco la curiosidad de su hijo, inculcándole que no era necesario cuestionárselo todo.
Esta situación me llevó a plantearme los siguientes extremos : ¿perdemos la curiosidad conforme nos vamos haciendo mayores, ya que, cuanta más edad tenemos, menos entendemos de la vida y, por tanto, desistimos en nuestro deseo de conocer y comprender?
A lo largo de los años, he intentado encontrar explicación a todo aquello que me sucede y que, en concreto, es contrario a mis deseos o intereses: ¿por qué a mí?, ¿por qué no?, son algunos de los interrogantes que me acechan cuando la vida me sorprende con sus actos que, sin razón, calificamos de injustos ya que, la justicia no existe (es un concepto inventado por el ser humano) . Hay cosas en la vida que, por supuesto, sabemos por qué ocurren, bien porque son previsibles o porque, científicamente, tienen su explicación y razonamiento. En cambio, hay otras cosas que, escapan de nuestro control, o que nunca llegaremos a saber con claridad. Mortifica estar constantemente en la duda y no lograr esclarecer tantos interrogantes.
De repente, un día, me sorprendí a mi misma, siendo igual que la madre de Rubén: "Porque sí. Las cosas son como son", me dije. Un sentimiento de paz se generó en mí, no había que darle más vueltas, la respuesta era simple y sencilla, no había que rebuscar más. Algunos lo llamarán resignación, otros inteligencia emocional pero, considero, que al final cada uno de nosotros tiene que encontrar, el camino que más le ayude a seguir adelante y ser feliz.
Pensé de nuevo en la madre de Rubén y dejé de juzgarla, puesto que comprendí que, quizá, la vida le había enseñado la misma lección que a mí, y lo único que intentaba hacer era inculcar esto mismo a su hijo, en un modo de protegerlo y hacerle emocionalmente más inteligente.
Volví a mi lectura. Catherine, movida por la curiosidad, intentaba leer el manuscrito, a través de la luz que desprendía su lámpara, pero, en su intento, consiguió totalmente lo contrario: la luz se apagó, quedando su habitación totalmente a oscuras, imposibilitando así descubrir, el contenido de su hallazgo, quedando, de este modo, como Rubén, sin respuestas. Al día siguiente, Catherine consigue dar respuesta a su insaciable curiosidad, quedando totalmente decepcionada. Y es que, esta es otra cuestión: ¿no es acaso, la curiosidad que nos embriaga, un elemento traicionero que nos hace idealizar aquello que desconocemos, creando en nuestra mente una película digna de un Oscar?
Sean como sea, algo tengo claro, a veces la solución a nuestras incógnitas, pasa por ser como la madre de Rubén "las cosas son como son" y no, de verdad, no hay que darle más vueltas.
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